La decadencia de Occidente

La decadencia de Occidente: reflexiones sobre la crisis identitaria europea contemporánea

Por Paolo Falconio

Miembro del Consejo Honorario de Gobierno y docente en la Sociedad de Estudios Internacionales (SEI)

N.A.

Una reflexión que retoma la visión spengleriana del “ocaso” de Occidente para interpretar la crisis identitaria de la Europa contemporánea.

No se trata de un análisis histórico en sentido estricto, sino del intento de un ejercicio de filosofía de la historia, que utiliza la morfología cultural de Spengler como lente para leer el presente. Un intento de interpretar el presente a través de categorías simbólicas y morfológicas.

No hay ninguna pretensión de ofrecer respuestas, sino más bien de sacudir al Hombre del letargo tecnológico y de tomar conciencia, como colectividad, del declive al que estamos acostumbrados.

Resumen

Este trabajo propone una relectura crítica del pensamiento spengleriano aplicado al contexto geopolítico y cultural europeo contemporáneo. A través del análisis de la dicotomía entre “Kultur” y “Zivilisation”, se pretende explorar la crisis identitaria que caracteriza a Europa en el siglo XXI, cuestionando la capacidad del continente para recuperar aquella dimensión de universalidad que históricamente lo ha definido. La reflexión se articula en torno a dos cuestiones fundamentales: la posibilidad de reinsertar la identidad europea dentro de un horizonte universalista y la persistencia de una fuerza interior cultural (“Kultur”) más allá de las manifestaciones exteriores de la civilización (“Zivilisation”).

La obra monumental de Oswald Spengler, Der Untergang des Abendlandes (1918–1922), ha representado uno de los intentos más ambiciosos y controvertidos de interpretar la historia universal a través del paradigma morfológico de las civilizaciones. Aunque su metodología y sus conclusiones han sido objeto de amplias críticas por parte de la historiografía académica, el planteamiento conceptual spengleriano sigue ofreciendo herramientas heurísticas relevantes para comprender las dinámicas culturales contemporáneas.

La operación consiste, por tanto, en aislar los núcleos conceptuales aún fecundos —Kultur/Zivilisation y Seelenkategorie— despojándolos del determinismo histórico característico de la obra spengleriana.

En el contexto actual, caracterizado por profundos cambios geopolíticos y una creciente fragmentación identitaria, se hace necesario cuestionar la propia naturaleza de Occidente como categoría histórico-cultural. La cuestión fundamental que se plantea es si dicha categoría sigue teniendo validez semántica y operativa para la Europa contemporánea, o si ha sido completamente absorbida y redefinida por la hegemonía cultural norteamericana del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La primera consideración metodológica concierne a la naturaleza misma de Occidente. No se trata meramente de una categoría geográfica, sino de una “categoría del alma” (Seelenkategorie), según la expresión spengleriana, que identifica un conjunto de valores, prácticas, instituciones y representaciones simbólicas. En el panorama contemporáneo, esta categoría se identifica predominantemente con los Estados Unidos de América, que desde la Segunda Guerra Mundial han asumido el papel de liderazgo político, económico y cultural del mundo occidental.

Esta constatación, por controvertida que pueda parecer, refleja una realidad geopolítica innegable. Europa, aunque conserva una ubicación geográfica occidental, ha perdido progresivamente aquella centralidad cultural y capacidad propositiva que la caracterizó en siglos anteriores. Esta pérdida de centralidad no es simplemente el resultado de dinámicas económicas o militares, sino que revela una crisis más profunda de naturaleza identitaria y proyectual.

Occidente “al oeste del Elba” hunde sus raíces en la civilización romana, entendida no como mera entidad urbana o estatal, sino como encarnación de un principio de universalidad. Roma representaba el orbis terrarum, el orden cósmico traducido en orden político y jurídico, un modelo de organización social capaz de trascender las particularidades étnicas y geográficas. Esta dimensión universalista constituía el núcleo identitario de Occidente europeo, su misión civilizadora y su horizonte de sentido.

La distinción spengleriana entre Kultur y Zivilisation representa uno de los aspectos más fecundos y menos comprendidos de su pensamiento. Originalmente elaborada en el contexto del debate cultural alemán de principios del siglo XX, esta dicotomía servía para forjar y legitimar una identidad nacional alemana en oposición al modelo francés y anglosajón. La Kultur, de derivación latina pero reapropiada por la tradición germánica, designaba la profundidad espiritual, la fuerza interior, la capacidad creativa de un pueblo, su autenticidad existencial. La Zivilisation, en cambio, representaba la exterioridad, las buenas maneras, el progreso técnico, la urbanización; en definitiva, todo lo que pertenece a la superficie de la vida social pero que, carente de arraigo espiritual, constituye una “cáscara vacía”.

Descontextualizada del nacionalismo alemán y aplicada a la condición europea contemporánea, esta distinción adquiere una relevancia inesperada. La pregunta crucial se convierte en: ¿posee Europa aún una Kultur, una fuerza interior capaz de producir cultura en el sentido sustancial del término, capaz de generar significados, proyectos, visiones del mundo? ¿O se ha reducido a pura Zivilisation, a un conjunto de excelencias técnicas y productivas —la ingeniería alemana, la moda italiana, la sofisticación francesa— que flotan sobre un vacío espiritual, carentes de una identidad profunda que las oriente y las justifique? Hay competencia sin visión, perfección técnica sin dirección moral, memoria cultural sin capacidad generativa. Es como si Europa se hubiera convertido en un virtuoso que ejecuta a la perfección partituras escritas hace siglos, pero incapaz de componer nueva música. Flota una resonancia heideggeriana: la técnica perfeccionada como olvido del ser, la competencia sin dirección como forma sutil de nihilismo.

En cualquier caso, la reflexión propuesta se articula en torno a dos interrogantes fundamentales que merecen ser desarrollados analíticamente: universalidad y fuerza interior.

La primera pregunta concierne a la capacidad de los pueblos europeos de “reintegrar su identidad dentro de la universalidad”. Esta formulación requiere una clarificación conceptual. La universalidad no debe entenderse aquí en sentido abstracto o cosmopolita, sino en el sentido específico de la tradición romano-cristiana: la capacidad de articular principios, valores e instituciones que trasciendan las particularidades locales sin anularlas, que ofrezcan un horizonte común sin imponer una homologación cultural. “¿Puede Europa reintegrar su identidad dentro de la universalidad?” – es, por tanto, una pregunta de supervivencia espiritual. Sin una nueva universalidad, Europa pierde su función histórica, su “logos” unificador, y se convierte en una suma de fragmentos sin dirección.

Europa ha encarnado históricamente esta tensión universalista a través del derecho romano, la filosofía griega, el cristianismo, el humanismo, la Ilustración. Cada época ha propuesto su propia versión de lo universal, pero siempre manteniendo esta vocación trascendente. Este es un punto crucial que a menudo se malinterpreta en el debate contemporáneo. La universalidad europea históricamente nunca ha sido uniformidad, sino más bien una tensión hacia principios comunes que dejaban espacio a las diferencias locales. El derecho romano convivía con las costumbres locales, el cristianismo se encarnaba en formas nacionales diversas, la Ilustración producía variantes francesas, alemanas, italianas, españolas. Era un universalismo plural, si se quiere oxímoronico, pero precisamente por eso vital. La cuestión contemporánea es si tal vocación sigue siendo vital o se ha agotado, dejando espacio a un particularismo fragmentado o a una universalidad “importada” del modelo norteamericano, en un proceso de asimilación hecho de homologación consumista disfrazada de libertad individual. Europa, en esta lectura, oscila entre el cierre identitario reactivo y la disolución en lo indistinto global, incapaz de proponer una tercera vía: un nuevo universalismo europeo capaz de conciliar diferencia y comunión, pluralidad y sentido.

La segunda pregunta es aún más radical y atañe a la dimensión existencial: “¿Aún tenemos la fuerza interior para ser y existir?”. Esta interrogación no concierne a las capacidades técnicas o económicas, sino a la voluntad misma de existir como sujeto histórico autónomo. La fuerza interior de la que se habla es la que Spengler llamaría “vitale Kraft”, el impulso vital que anima una civilización en su fase ascendente, la capacidad de proyectar el futuro, de asumir riesgos, de generar nuevas formas culturales. No se trata de capacidades económicas o militares, sino de voluntad. Es una cuestión nietzscheana antes que spengleriana: ¿existe aún en Europa esa “voluntad de poder” (entendida no en sentido agresivo, sino como impulso vital, como afirmación de sí) que convierte a un pueblo en sujeto histórico y no en objeto pasivo de la historia ajena? La idea remite a la paideia griega y a la Bildung alemana: la cultura como formación del alma antes que como estructura externa.

La hipótesis subyacente es que la Europa contemporánea ha entrado en una fase de agotamiento vital, en la que prevalece la conservación del patrimonio existente sobre la creación de nuevas formas, en la que el bienestar material se acompaña de un empobrecimiento espiritual, en la que la memoria del pasado ya no se traduce en proyectualidad futura. Si este diagnóstico es correcto, entonces Europa se encontraría precisamente en esa fase que Spengler definía como “Zivilisation”, la fase crepuscular de una civilización que ha agotado sus posibilidades creativas.

Este diagnóstico es severo pero está en línea con otras lecturas del siglo XX (Eliot, Jünger, Heidegger, Ortega y Gasset, Patočka), aunque actualizadas al siglo XXI: encuentra confirmaciones empíricas preocupantes. El declive demográfico europeo, por ejemplo, no es solo un dato estadístico sino que puede leerse como síntoma de una civilización que ha perdido la confianza en el futuro, que prefiere el confort presente al desafío de la continuidad generacional. El debate público europeo parece a menudo dominado por la gestión de lo existente más que por la imaginación de futuros alternativos. Las grandes narrativas colectivas – sean religiosas, ideológicas o políticas – parecen agotadas, sustituidas por un pragmatismo administrativo que no genera entusiasmo ni movilización. Estamos asistiendo a un agotamiento de la libido existendi, del deseo mismo de continuar.

Un aspecto particularmente significativo en esta reflexión, creo, concierne al nivel en el que debe situarse la respuesta a las preguntas planteadas. No se trata de esperar soluciones institucionales o políticas desde arriba, sino de un proceso que debe ocurrir “en cada uno, en su intimidad”. Una cuestión transversal, desde el pueblo hasta las aristocracias industriales y financieras. Esta identificación de la responsabilidad personal como prerrequisito de la regeneración colectiva representa, a mi juicio, no solo una intuición importante, sino la conditio sine qua non de una inversión en los procesos. La génesis no se encuentra en la “Zivilisation”, sino en la “Kultur”, es decir, en el compromiso existencial personal con un nuevo proyecto histórico compartido. Solo entonces intervienen las mediaciones institucionales, las redes intelectuales, el patrocinio político y todas aquellas estructuras típicas de la “Zivilisation”. El Renacimiento no fue un proyecto político y, aunque el mundo moderno sea muy diferente, no es más complejo en sentido absoluto. Somos nosotros quienes hemos perdido la capacidad de analizar la complejidad.

Esto se traduce en una “llamada” cotidiana a “recoger nuestra herencia”. Esta metáfora de la herencia es poderosa y estratificada. La herencia europea es inmensa: filosofía, arte, ciencia, derecho, instituciones políticas. Pero una herencia, para ser tal, debe ser activamente recibida, comprendida, hecha propia. No basta con poseerla pasivamente como un museo; es necesario metabolizarla, hacerla viva, capaz de inspirar nuevas creaciones. En su defecto, la cultura se convierte en memoria inerte, ya no en fuerza generadora. De ahí la urgencia de una “llamada cotidiana” a actualizar lo que fue, a hacer vivir el pasado en el presente.

Desde esta perspectiva, la regeneración europea no es solo una posible componente compartida de la política, sino una tarea ético-existencial, que concierne a la formación del hombre europeo como sujeto consciente de su historia y responsable de su futuro.

La llamada de la que se habla es, por tanto, una llamada a la responsabilidad histórica. Cada individuo se enfrenta a la elección: contribuir a la regeneración de la “Kultur” europea o asistir pasivamente a su disolución en pura “Zivilisation” y, finalmente, a su desaparición de la historia.

La advertencia final, por tanto, se formula con facilidad: “desapareceremos de los libros de historia”, y no constituye una retórica apocalíptica, sino que refleja una posibilidad histórica concreta. La historia de las civilizaciones está llena de entidades que han dejado de existir como sujetos activos, reduciéndose a objetos de estudio arqueológico e historiográfico. El Imperio Romano de Occidente, Bizancio, las civilizaciones precolombinas, por citar algunos ejemplos, han experimentado todos este destino.

Spengler había previsto que Occidente, como toda civilización orgánica, atravesaría las fases de nacimiento, crecimiento, madurez y decadencia. La cuestión abierta es si ese destino es ineludible o si la conciencia histórica puede generar formas de resistencia o de renovación que alteren la trayectoria prevista.

En el caso europeo, la amenaza de desaparición histórica no adopta necesariamente la forma de un colapso catastrófico, sino más bien de una progresiva marginación geopolítica acompañada de una disolución identitaria. Europa corre el riesgo de convertirse en un parque temático de su propia historia pasada, incapaz de generar futuro, oscilando entre la nostalgia de su glorioso pasado y la imitación de modelos culturales externos.

La reflexión spengleriana, actualizada en el contexto contemporáneo, coloca a Europa ante una elección fundamental. La crisis identitaria que atraviesa el continente no es simplemente una cuestión política o económica, sino que pertenece a la esfera más profunda de la “Kultur”, de la capacidad de ser y existir como sujeto histórico autónomo.

Las preguntas planteadas no admiten respuestas fáciles ni inmediatas. Requieren un proceso de autoconciencia crítica, individual y colectiva, que sepa distinguir entre la apariencia de la “Zivilisation” y la sustancia de la “Kultur”. Requieren la capacidad de cuestionarse honestamente sobre la persistencia de una fuerza interior vital y sobre la posibilidad de reconectarse con aquella dimensión de universalidad que históricamente ha caracterizado la identidad europea.

La recuperación de Occidente como “entidad física y cultural” a la que pertenecer no puede ser el resultado de nostalgias del pasado ni de proyectos ideológicos abstractos, sino que debe surgir de un renovado compromiso existencial y cultural de individuos y comunidades capaces de recoger la herencia del pasado para generar formas inéditas de vida y pensamiento.

Si esta regeneración no se produce, Europa corre efectivamente el riesgo de convertirse en un capítulo cerrado en los manuales de historia, un ejemplo – para las civilizaciones futuras – de cómo incluso las creaciones culturales más brillantes pueden disolverse cuando pierden su fuerza interior, cuando la “Kultur” se reduce a “Zivilisation” y esta, finalmente, se apaga en la irrelevancia histórica.

En este sentido, este breve escrito no pretende limitarse a un diagnóstico cultural, sino que es un llamamiento personal a la responsabilidad y a la creación de sentido.

Bibliografía esencial

- Spengler, O. (1918–1922). La decadencia de Occidente. Múnich: C.H. Beck.

- Heidegger, M. (1942–43). Parménides. Milán: Adelphi (ed. it. 1999)

- Elias, N. (1939). El proceso de la civilización. Basilea: Haus zum Falken.

- Huntington, S. (1996). El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Nueva York: Simon & Schuster.

- Brague, R. (1992). Europa, el camino romano. París: Criterion.

- Patočka, J. (1975). Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia. Chicago: Open Court.

- Nietzsche, F. (1886). Más allá del bien y del mal. Milán: Adelphi (ed. it. 1977)

- Nietzsche, F. (1887). Genealogía de la moral. Milán: Adelphi (ed. it. 1984)

- Jünger, E. (1950). Más allá de la línea. Milán: Adelphi (ed. it. 1989) – con ensayo de Heidegger.

Paolo Falconio

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