La Federación Europea
La Federación Europea
Por Paolo Falconio
Member of the Honorary Governing Council and lecturer at the Society of International Studies (SEI)
Esta Unión Europea se ha mostrado tan inadecuada como ineficaz en la defensa de los intereses europeos. Su propio mecanismo de integración por etapas se traduce en tratados que deben ser ratificados y que imponen reglas rígidas, incapaces de adaptarse a un mundo en constante transformación. Pensemos en la prohibición de las ayudas estatales, que impide políticas industriales estratégicas en un mundo donde China y Estados Unidos (pensemos en el proyecto Stargate) no tienen esos tabúes.
Si Europa y los Estados europeos quieren tener un futuro, deben recuperar el espíritu de los padres fundadores Schumann, Adenauer, De Gasperi. Quien debe hacerlo es la Europa al oeste del Elba, la vieja Unión antes de la ampliación hacia el este, que fue una operación contra la integración europea. Estas naciones orientales provienen de siglos de dominaciones (desde la austrohúngara hasta la soviética) y hoy viven un momento identitario y soberanista perfectamente comprensible. Para ellas, la Unión es simplemente un gran Mercado y tienen una percepción puramente económica de él.
El reloj de la historia no corre al mismo ritmo para todas las naciones europeas, y debemos reconocerlo. Ante una Europa que hoy representa aproximadamente el 18% del PIB mundial, con indicadores fuertemente negativos, en 1980 la Europa occidental por sí sola tenía una cuota del 32,5% del PIB. Obviamente, el dato debe leerse en relación con el crecimiento de las nuevas economías, como la china. Sin embargo, es un dato con el que debemos confrontarnos.
Debemos volver a soñar con una Federación de Estados que acompañe a un mercado ampliado, porque es la única forma de tener una subjetividad política: síntesis de intereses diversos, capacidad de adaptarse al cambio del mundo, también en sus dinámicas económicas e industriales, y aplicación del principio de solidaridad.
De lo contrario, personas como yo se verán obligadas a seguir siendo cronistas del declive del continente y de sus naciones. Lo más terrible es que, por motivos de escala, seguirá ocurriendo lo que hoy presenciamos: microeconomías obligadas a librar una guerra despiadada por las migajas e incapaces siquiera de pensar en tener un papel en las dinámicas entre las superpotencias existentes y emergentes.
Incluso Alemania, la única nación que podría tener alguna posibilidad de existir en el nuevo mundo, seguiría siendo demasiado pequeña y, en definitiva, vulnerable a la geopolítica ajena.
Se compartan o no las tesis expuestas arriba, la reflexión no puede escapar a la realidad: Europa está afrontando una fase histórica en la que su peso internacional se está reduciendo, y la respuesta a este desafío requiere una visión más amplia que la simple cooperación intergubernamental.
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