Los Estados Europeos frente al National Security Strategy
Los Estados Europeos frente al National Security Strategy
Por Paolo Falconio
Solo para aclarar: el Documento denominado National Security Strategy, que ha aterrorizado a gran parte de Europa, es un documento político y debe ser tomado como tal. Semánticamente, Strategic corresponde a nuestro concepto de táctica, así como la Grand Strategy corresponde a nuestro concepto de estrategia.
Por lo tanto, se trata de un documento que refleja la visión de esta administración.
Esto no impide que puedan leerse en él ciertas líneas de fractura estratégicas.
La primera, y quizás la más importante, es la voluntad de definir una paz armada con Rusia que estabilice el viejo continente. Obviamente, Ucrania es interpretada como un impedimento, y las recientes investigaciones sobre corrupción son, a mi juicio, una prueba de ello, dado que los organismos anticorrupción son assets atlánticos. Igualmente, el ataque del británico Telegraph contra Kallas por haber “estonizado” la política de la Unión, hasta el punto de definirla como la mejor amiga de los rusos, constituye una señal relevante, considerando que el Telegraph es apodado Torygraph por su cercanía a los Tory.
Si por un lado se repropone la doctrina Monroe, por otro se anuncian una serie de acciones de presión sobre los Estados europeos. Se va desde la recomposición de las relaciones con Rusia a través de la intervención estadounidense, hasta la inmigración en Europa, vista como una amenaza para el Imperio americano. Además: menos UE, más Estados; menos aliados, pero más alineados, lo que traducido significa apoyo estadounidense a partidos que reflejen las posiciones de esta administración. En suma, si fuese necesario, la doctrina Monroe está más sobre el papel que en la realidad de los hechos.
El posible pacto de no agresión con Rusia tiene una valencia estratégica, porque es deseado por ciertos aparatos en función antichina y, en cualquier caso, permitiría a Estados Unidos concentrarse en el Pacífico. Esta hipótesis de pacto, sin embargo, arrastra una desconfianza estratégica que no revolucionará los equilibrios. La OTAN, en caso de pacto con los rusos, podría reducirse a un organismo político cada vez más irrelevante frente a acuerdos bilaterales, manteniendo no obstante el aspecto militar. Por otra parte, Trump lo describe como algo ajeno a Estados Unidos.
Seguramente, con esta administración habrá pasos en esa dirección y Europa deberá adaptarse, pero si mañana cambiara el signo de la Presidencia estadounidense, podríamos recibir un controrden.
Aquí reside toda la delicadeza, y diría la pequeñez, de Europa. Si Estados Unidos está obligado a una dimensión imperial de la cual es imposible dimitir —con la doctrina Monroe como consuelo—, Europa se ve forzada a seguir una política americana potencialmente esquizofrénica, dado que en este momento existen dos Américas fuertemente polarizadas.
No digo que se deba pensar en diseñar un perímetro mínimo de autonomía estratégica, que aparece cada vez más como un objetivo utópico, pero adoptar posturas menos ideológicas y más prudentes podría ayudar a gestionar las variaciones de postura estadounidense sin perder la cara, y esto vale también para las narrativas internas.
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